Época: Roma y Pompeya
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
Arquitectura en Roma y Pompeya
Siguientes:
La basílica de Pompeya
El teatro pequeño de Pompeya

(C) Miguel Angel Elvira y Antonio Blanco Freijeiro



Comentario

A la escuela de L. Cornelius corresponden los santuarios en terrazas que en época del Tabularium también se construían para la Fortuna de Praeneste, el Hércules de Tibur y el Júpiter de Anxur.
Los tres conjuntos acabados de citar son los ejemplos más llamativos de una serie reunida y estudiada hace años por Delbrück en un libro, hoy clásico, cuyo título es el mismo que el utilizado para encabezar este apartado: "Hellenistische Bauten in Latium". En todos ellos el templo pierde la autarquía que poseía en la arquitectura griega y se incorpora a grandes conjuntos en los que las terrazas, los pórticos, las plazas adquieren un auge comparable al de los santuarios helenísticos de Kos, de Pérgamo y de Lindos, entre otros muchos hoy en día peor conservados.

En el santuario de la Fortuna Primigenia, en Praeneste, recibía culto desde tiempo inmemorial una diosa-madre itálica muy venerada por las gentes. Cicerón (De div. 2,85) recuerda que Fortuna tenía en el regazo a dos niños lactantes: "Iuppiter puer cum lunone", imagen adorada por las madres con la más estricta compostura (castissime colitur a matribus). En el santuario había un oráculo que hacía sus vaticinios por sorteo (sortes Praenestinae), un juego de azar muy del gusto de los italianos, los inventores de la lotería. A Cicerón le parecía irrisorio que el encargado de sacar las bolas fuese un niño.

En el 82 a. C. el santuario y toda Praeneste quedaron brutalmente arrasados por la despiadada cólera de Sila y hubieron de ser reconstruidos con posterioridad. Treinta años más tarde, el conjunto debía de encontrarse en el estado en que hoy lo vemos en las reconstrucciones en el papel, posibles merced a otra destrucción debida a los bombardeos de la última guerra.

Cuatro terrazas artificiales escalonan en Praeneste la ladera sur del monte Ginestro. Accesos laterales en rampa, dos de ellos cubiertos, alternan con las escaleras que en el centro axial del conjunto enlazan los planos de las terrazas. Un muro de contención de aparejo poligonal sostiene la más baja de ellas. Las rampas conducen a la terraza de los hemiciclos, donde se alzaba un altar y se hundía un pozo rodeado de vistoso brocal. El alto ático de la columnata dórica actúa de cortina de las cámaras de substracción de la terraza inmediata, cubiertas de bóvedas de medio cañón, decoradas con casetones de fábrica (opus caementicium). Tanto en los tramos rectos como en los curvos se percibe la fruición con que el constructor jugaba con las posibilidades que el nuevo medio le ofrecía. La firmeza inquebrantable de la sillería se convertía, gracias a la argamasa, en plasticidad de soportes y cubiertas. Construcciones subalternas, que en otro tiempo y lugar se hubieran ocultado o disimulado, se exhiben sin rebozo como creaciones arquitectónicas no menos nobles que el templo mismo, equiparables a éste en dignidad.

Como un pulmón que se dilata, la terraza superior se ahonda y convierte en una plaza porticada como preparación a la cávea, enmarcada por un pórtico semicircular, que forma la parte abierta del coronamiento. Estas cáveas itálicas eran muy corrientes en época republicana, bien fuese en conexión con edificios públicos de carácter civil, como en los comitia de Roma, Cosa y Paestum, bien en relación con templos.

Donde en otros lugares se alza el templo, se encontraba en Praeneste un templete circular como baldaquino de la estatua de culto. Esta original solución indica que los soldados de Sila repobladores de la nueva Praeneste convirtieron el santuario de Fortuna en un monumento a su victoria. Una estatua de mármol gris oriental, muy parecida a la Nike de Samotracia y de escuela rodia como ella, así lo sugiere en el museo local, instalado en el Palazzo Colonna-Barberini. La fachada cóncava de este palacio del siglo XVII y su escalinata de acceso se respetan y repiten las formas que antaño tuvieron la cávea y el pórtico semicirculares del monumento silano.

Este y los demás santuarios laciales de la época no eran resultado de un proceso evolutivo derivado del pasado etrusco-itálico, sino fruto de la misma inventiva que en otros campos -el retrato romano y la pintura mural- estaba dándolos tan espléndidos.